La pregunta por cómo acompañar a un hijo en su crecimiento de manera adecuada pareciera ser un enigma. Desde muy temprana edad los niños manifiestan sus disconformidades o angustias frente a determinadas situaciones conflictivas para ellos. Al principio con el llanto, los berrinches, alguna dificultad en la alimentación, problemas para dormir, enuresis, encopresis, dificultad para armar lazos sociales, etc.; junto con una variedad de síntomas en el cuerpo de los que se valen cuando aún no pueden expresarse ni tienen las herramientas para hacerlo vía la palabra.
Casi a modo de 'ensayo y error' los padres van probando diferentes métodos para aliviar el malestar de los niños en pos de su beneficio y de la armonía familiar: aquello que se cree más pertinente, lo sugerido por alguien, o lo leído en un libro.
A medida que los pequeños crecen, van formando su personalidad con sus propios rasgos y pareciera no estar escrito en ningún lado qué es lo más conveniente para ellos ni cómo poder ayudarlos.
La angustia de los hijos y sus malestares provoca, inevitablemente, angustia en los padres. Este es el punto en que podría ser indicado una consulta, contar con un espacio, con un profesional que puede escuchar más allá de lo que se dice y orientar a los adultos a adoptar una posición que ordene y alivie.
Se dice y es sabido que, a modo de ecuación, "con hijos grandes, problemas grandes". La temática con los hijos adolescentes y/o jóvenes-adultos se complejiza. Si antes era difícil poner límites, ahora resulta aún más complicado. Ellos comienzan a querer diferenciarse de sus progenitores y rechazan sus palabras y su compañía, por lo cual el diálogo resulta cada vez más inaccesible.
Poder encontrar un modo adecuado para hablar con ellos sobre la realidad actual que les toca vivir y cómo cuidarse es un dilema: la prevención, la sexualidad, las drogas, el alcohol, los excesos, la administración de sus tiempos, etc.
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